En un rincón escondido de la ciudad, un perro callejero deambula solo. Un estómago hambriento y una salud agotada lo cansan y lo debilitan. Ojos tristes miraron a su alrededor buscando consuelo pero no encontraron a nadie.
Desesperado, caminó penosamente hasta un vertedero sucio. Hambriento y solitario, empezó a buscar comida entre la basura. Un hueso sobrante, un trozo de pan duro, cualquier cosa que pueda llenar un estómago hambriento.
El pelaje sucio y la piel seca mostraban cuánto tiempo llevaba vagando solo. Nadie se preocupa ni se preocupa por él, por lo que tiene que encontrar una manera de sobrevivir en soledad.
Finalmente, cansado, se acostó entre la basura. El calor que irradiaban las bolsas de basura circundantes era su único consuelo. El cuerpo temblaba de frío y dolor, se enroscaba sobre sí mismo, buscando calor y seguridad.
Ojos tristes miraban hacia adelante, esperando que alguien viniera y lo salvara de esta desesperada soledad. Pero luego sus ojos se fueron apagando poco a poco cuando se dio cuenta de que el hambre, el frío y el dolor continuarían.
En aquella dolorosa escena, su última y frágil esperanza era sólo un cálido abrazo y una comida completa. Esas cosas simples se convierten en lujos para una criatura pequeña, débil y solitaria en medio de un vertedero desierto.