En la cima de esa pirámide femenina de poder estaba la propia reina. Era la esposa principal del faraón y la madre del príncipe heredero y, como compañera del rey, era considerada una diosa.
Tanto el faraón como ella, encarnaban el principio masculino y el principio femenino que garantizaban la existencia del orden o Maat, concepto esencial de la cosmovisión egipcia que representaba la armonía, el equilibrio cósmico que prevaleció en el mundo desde su origen.
Y para mantener la dualidad masculino-femenino, la esposa principal debía acompañar al monarca durante las ceremonias.
Eso sí, ella siempre ocupó un nivel secundario respecto a él. Y en ocasiones el cargo de Gran Esposa Real lo ocupaba más de una mujer al mismo tiempo.
Para Miriam Bueno, historiadora del arte y estudiante de doctorado en arte egipcio, el término ‘harén’ no es adecuado para describir este tipo de instituciones en el antiguo Egipto:
“El término más antiguo interpretado como “hảem” es el de “ipt”, encontrado en la I Dinastía, y que se refiere a un grupo de mujeres y niños (que fueron educados allí) que pertenecían a la corte pero vivían en habitaciones o edificios separados.
En el Reino Nuevo el término aparece como “ipt nsw” y algunos lo interpretan como un lugar de residencia de reinas e hijos reales y otros como una institución de alguna naturaleza contable o económica, pero no como un (harén)”.
La siguiente mujer en importancia era la madre del rey, que ostentaba el título de “met neswet” y no necesariamente tenía que haber sido la Gran Esposa Real del faraón anterior.
Le siguieron esposas secundarias, cuyo título era “hemet neswet”.
Dada la gran competencia, no era de extrañar que se crearan grandes rivalidades entre las esposas del faraón en su lucha por sentar a sus respectivos hijos en el trono, que muchas veces daban lugar a conspiraciones.
Una jerarquía clara
Dado que la familia real estaba dividida en diferentes “Casas jeneret” en diferentes partes de Egipto, es muy posible que en el harén del palacio donde residía el rey sólo vivieran su madre, la reina y sus hijos.
Esa sería la razón por la que tantas esposas secundarias sólo veían al faraón en raras ocasiones y algunas incluso nunca lo conocieron.
Un escalón por debajo de las esposas secundarias estaban las hijas del rey (sat neswet), que podían seguir viviendo en el harén tanto si permanecían solteras como si estaban casadas con un miembro de su familia o con un alto funcionario.
Disfrutaron de bastantes privilegios; entre ellos, tener un séquito personal, tener su propia tumba y heredar algunos cargos y títulos de sus madres.
Un poco más abajo compartían espacio las hermanas del faraón (senet neswet) y sus tías, y luego los conocidos como Adornos Reales (jekeret neswet), sobre los que existen ciertas discrepancias.
En definitiva, quienes ocupaban la base de la pirámide eran las Bellezas del Palacio (nefrwet), la Amada del Rey (nerwet neswet).
Estas mujeres se encargaban del canto y de las actuaciones musicales, realizadas tanto para entretener al faraón como para ceremonias religiosas.